Hay días en los que te miras al espejo y piensas que ese azulejo anaranjado lleva mirándote desde antes de que inventaran el WhatsApp, y la pregunta inevitable aparece: cuanto cuesta reformar un baño A Coruña hoy en día, con lo que sube la vida y lo mucho que se llevan las losas de imitación piedra. El asunto, lejos de ser una preocupación puramente estética, es casi una cuestión de respeto propio y, no nos engañemos, también de bolsillo. Porque transformar ese espacio que parecía la antesala de Cuéntame en un spa digno de las revistas es un reto mayor que conseguir asiento en el bus a las ocho de la mañana.
Antes de que te lances a la aventura de la obra, debes saber que el precio no es un único número mágico que aparece tras una danza de obreros; es el resultado de muchas pequeñas decisiones, algunas más importantes que lo que creías cuando hojeabas Pinterest en pleno arrebato decorativo. El tamaño del baño marca el terreno, claro. No es lo mismo atreverse con un aseo para invitados—que apenas permite respirar sin rozar una toalla—que con un baño que, por tamaño, podría servir de salón en algunos pisos céntricos. La superficie es la que define el punto de partida del peculado y los metros se pagan, casi, como si fuesen trufas blancas.
El drama de la fontanería suele venir acompañado de un sinfín de sorpresas, sobre todo en viviendas envejecidas. Si te aventuras a cambiar el lugar de la ducha por el del inodoro (una propuesta valiente donde las haya), el presupuesto va a dispararse, porque aquí entra en juego el mago de las tuberías, fontanero, que además de experto, pide el oro y el moro por el trabajo de levantar suelos y recolocar cañerías. Y ya sabemos que eso que no se ve, muchas veces acaba pesando más en la factura final que la grifería de diseño italiano que te ha hecho ojitos en la tienda.
Los materiales, claro está, son otro cantar. Porque si bien todos soñamos con ese mármol Carrara que has visto en la última serie de moda, la vida suele llevarnos a baldosas hidraúlicas que resisten niños, mascotas y el trasiego diario. Optar por materiales de calidad media puede parecer inteligente para ajustarse al presupuesto, pero invertir un poquito más en los elementos clave—el suelo, los sanitarios, esa mampara que no se despega sola—puede evitar disgustos futuros (o, como lo llamamos en casa, «la maldición de la reforma barata»).
No podemos olvidarnos de la mano de obra. Los presupuestos más competitivos pueden ser tentadores, pero, como dice el refrán gallego: «o barato sale caro». Encontrar profesionales de confianza en la ciudad herculina no es misión imposible, pero exige paciencia, preguntar a conocidos, y un poco de olfato para detectar promesas demasiado optimistas. Un buen equipo puede ser la diferencia entre una obra que dura menos que el verano gallego y otra que se convierte en leyenda urbana.
Por si fuera poco, están los permisos municipales, esos imprescindibles que nadie cuenta al principio y que, si vas por libre, acaban retrasando el inicio hasta el infinito. Tocar paredes, cambiar instalaciones y tirar tabiques puede requerir permisos varios, así que conviene consultar antes de que el vecino del segundo decida llamar al ayuntamiento por una sospecha de actividades clandestinas.
Las tendencias también se cuelan en el presupuesto, porque lo de minimalismo nórdico ahora manda y, claro, los acabados mate, la grifería negra y los espejos circulares multiplican las posibilidades de dejar la cartilla de ahorros temblando. A pesar de ello, a veces elegir piezas atemporales y combinar con detalles que sí se puedan cambiar con facilidad—como un aplique bonito o una repisa de madera—cambia mucho la percepción sin disparar el gasto.
Complicar el proyecto con muebles a medida o soluciones de almacenamiento integradas tiende a inflar la factura, pero a veces es la única manera de aprovechar un baño con esquinas dignas del laberinto de Creta. El truco está en equilibrar funcionalidad con estilo, pensando siempre en el uso diario y no solo en la foto de Instagram que vas a subir el día de la inauguración.
Si te miras en el espejo y sueñas con baños de revista, la clave suele estar en aclararte cuánto estás dispuesto a invertir y, sobre todo, cuánto tiempo puedes sobrevivir sin ducha mientras se llena el piso de polvo y ruido. Eso sí, nada mejor que pasear por Riazor con el móvil en mano, buscando inspiración y —por qué no— admirando que, al menos, allí el agua fluye en abundancia, sin obras ni facturas.